Dr. Manhattan, el hombre y la divinidad.

Dager
22 min readSep 23, 2020

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Antes que nada, si te interesa ver/escuchar este artículo, está publicado (con ligeras modificaciones) en forma de video.

Preludio.

Estaba leyendo Watchmen, no por Manhattan, sino por Ozymandias, que me interesa analizar en tanto villano, y me topé con el redescubrimiento de la maravillosa personalidad del omnipotente azul.

Dos aclaraciones antes de comenzar:

1. No me interesa definir lo que Moore, el autor, quiso hacer con la historia, sino que la utilizo para recapitular sobre ciertos puntos que, sea o no intencional, se dejan ver a lo largo de la novela. Hago la acotación a propósito de un comentario que me hicieron hace poco diciendo que la ideología de Pain no era para tanto, a lo cual contestaría que sí, seguramente no se estudió tan a fondo la filosofía del personaje, sino que se debe haber establecido un marco conceptual con el cual caracterizarlo. Si se pensó en estas cosas, no debe haber sido como una operación necesaria para desarrollar la trama de Naruto, sino una cuestión personal, casi introspectiva. El leit motiv de estos escritos es utilizar los temas como un puntapié para explorar alguna discusión que considero interesante.

2. Si bien doy por sentado que ambos conocemos más o menos la historia de Watchmen y voy a citar aspectos de la trama cada tanto, no es requisito indispensable para la discusión, porque, nuevamente, el punto es derivar algunas implicancias del personaje que nos presenta la historia, no discutir o explicar el relato en sí.

Introducción.

Ahora sí, para ponernos en situación, más no sea brevemente y por arriba, digamos que el Dr. Manhattan es el producto de un accidente nuclear: Jonathan Osterman, su, digamos, primera forma o su forma humana, quedó encerrado en una cámara donde se realiza un experimento, siendo expuesto a una radiación letal que lo desintegra por completo. En lugar de morir, su conciencia trasciende de algún modo la existencia corpórea que perdió, y se reconstituye a sí mismo, después de intentarlo por varios días, volviendo al mundo como una especie de pitufo nudista anabolizado, que se cantonea con la pichila al aire y tiene poderes fascinantes. Entre sus habilidades se cuenta el control de la materia y energía, inmortalidad por supuesto, la capacidad de crear vida, una percepción constante de toda su línea de tiempo, la teletransportación de él mismo y de otros y una inteligencia formidable. Todo esto, naturalmente, queda opacado ante el esplendor de su brillante pene azul.

En el presente ensayo vamos a charlar de dos temas a propósito de este personaje: la depreciación de la realidad, o descentración material, y la descentración temporal, tocando principalmente en el tema del sinsentido y la responsabilidad. Ya los vamos a explicar bien más adelante, quédese usted ahí y lo charlamos. Pasemos a lo primero.

Descentración material y depreciación de la realidad.

Cuando Roscharch, con su estilo detectivesco, se apersona en las instalaciones donde residen Dr. Manhattan y Silk Spectre para informarle a sus excompañeros de la muerte del Comediante, el imponente hombre azul le contesta: “Un cuerpo vivo y uno muerto tienen la misma cantidad de partículas. Estructuralmente no hay ninguna diferencia”. En la película, aunque en otra parte, se recupera la misma línea, reciclada para generar tensión en la escena de la entrevista televisiva. En ambas instancias, se nos presenta un ser deshumanizado, que niega la vida y la muerte, tildándolas de “abstracciones incuantificables” que distinguen un fenómeno sobrevalorado. Podemos concordar o no con la visión de Manhattan en este punto específico, pero antes de apelar a constructos simbólicos o valoraciones emotivas, tenemos que entender que estamos interpelando a un ser que conjuga dos elementos jamás encontrados en unión: la omnipotencia, por un lado, y la psiquis humana, por el otro. Siendo rigurosos, Manhattan es ejemplo de esta y otras varias combinaciones inéditas; ese es el quid de su personaje, la exploración de esta inusual combinación entre lo humano y lo divino. Pero haciendo hincapié en esta frase en particular, quisiera revisar algunas sutilezas que Alan Moore nos presenta brillantemente en el cómic, y que la adaptación cinematográfica recupera muy bien a su modo.

El hilo conductor al que quiero que prestemos atención es que la psiquis humana no tolera la omnipotencia. Qué es la psiquis humana, me dirá usted, y tiene razón: convengamos en que el acuerdo que podemos hacer nosotros, contemporáneos, en este acotado espacio, sobre lo que es la psiquis humana, nos tiene que dejar, después de discutirlo un poco, con una definición del tipo: “el conjunto de elementos psicológicos y simbólicos conscientes e inconscientes que conforma la mente de una persona”. Es decir, entendemos a la psiquis desde un plano psicologista antes que álmico o espiritual. En este sentido, podemos decir que la tesis que vamos a sostener es que no estamos mentalmente preparados para funcionar normalmente en la forma de existencia en la que Moore puso a su hombre-Dios.

Antes de atacar este punto, convengamos lo siguiente: cuando uno hace ficción, trastrueca de algún modo la realidad, hace un planteo específico del mundo y, a veces retoques en sus condiciones generales. Estos retoques pueden ser la invención de una criatura alienígena, la introducción de un evento histórico, o incluso alguna modificación mecánica, como un cambio en las leyes físicas. Esta clase de planteo es inevitablemente parcial, reduccionista, no abarca el total de las consecuencias que implica el cambio que introducimos, porque por más realismo y detalle que quisiéramos dar, nuestra ficción está limitada al alcance de nuestra capacidad de explicitación, y también al interés que tenga para nosotros explorar esas implicancias.

Pongamos por ejemplo el caso de una historia ficcional en la que todas las personas de nombre Natanael pueden volar. Uno puede empezar a explorar situaciones posibles, como: ¿qué pasa si uno se cambia el nombre a Natanael a la mitad de s u vida? O: ¿qué pasa si uno se llama Natanaela (ese nombre existe, mi prima se llama así), también puede volar? Pero tal vez el objetivo de nuestra historia es contar las aventuras de un tipo que se llama Natanael y qué hace con su capacidad de vuelo, y si esa es nuestra intención, no estamos obligados a ponernos a describir cada detalle del escenario que elegimos; lo utilizamos como una herramienta para contar una historia. Si a usted le preocupa el destino de alguien que se cambió el nombre, puede pensarlo y hacer un fanfic o qué sé yo.

Así, los autores siempre dejan cuestiones sin explicar, y cuando sucede eso, se espera, por acuerdo tácito, que el lector de la obra llene los huecos. No hablamos de huecos en la trama en el sentido peyorativo, como algo malo, como: “vimos morir a este personaje y al día siguiente aparece de nuevo sin explicación alguna en un universo en el que no está asumida la resurrección”; o huecos en la implementación, como sucede en el rodaje o edición de las películas cuando, por ejemplo, de una toma a otra una cosa cambia de lugar sin sentido, o un cigarrillo que estaba apagado aparece prendido o tal. Estos son problemas que corroen la coherencia interna de la historia que nos es presentada; pero no me refiero a esos huecos, sino a los que un autor deja deliberadamente, a propósito, por ser obvios o necesarios, o para habilitar la interpretación libre de parte del lector, que es también una herramienta válida.

Para hacer una ejemplificación más concreta, pongamos por caso dos historias que tratan la inmortalidad: por un lado, el relato de Borges oportunamente llamado El inmortal; por el otro, Deadpool, específicamente en su reciente adaptación cinematográfica. No, no ese Deadpool. Dudo que necesitemos mucha introducción para él: es un personaje de Marvel que, por motivos que escapan a nuestro contexto, es inmortal, hecho que es encauzado enteramente en el contexto cómico y de acción propio de una película de superhéroes, con el toque irónico y antiheróico rpopio del personaje. Por otro lado tenemos El inmortal de Borges, que hace un tratamiento filosófico de la inmortalidad, tocando temas como la permanencia de la memoria y la inviabilidad de una civilización entre los inmortales y la futilidad general de numerosos aspectos de la vida, que pierden sentido para quien sabe que va a vivir eternamente. La línea que más hermosamente refleja esto es la última del cuarto capítulo, cito: “Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós”. El hecho de que el inmortal y Homero (que también es inmortal en el relato) no se digan adiós es un guiño sutil que nos resalta que decir adiós solamente tiene sentido para un mortal. ¿Por qué? Porque en si el espacio es finito y el tiempo infinito, a lo largo de los siglos, eventualmente el destino de estos dos seres se tiene que volver a cruzar. Por mera probabilidad: si vamos a estar haciendo girar dos monedas por siempre, eventualmente esas van a coincidir en dar “cara” o “seca” al mismo tiempo. Si van a estar vagando por el mundo por siempre, tarde o temprano van a cruzarse de nuevo. La despedida es un triste reparo que anticipa que cada vez que nos vemos, nos vemos tal vez por última vez. Como vemos, si bien la excusa de Deadpool y Borges es la misma, la inmortalidad, el tratamiento es muy distinto. Ambas contextualizan y exploran la alteración que hacen con intenciones muy diferentes.

Del mismo modo, cuando vemos representaciones de sujetos que rozan la omnipotencia, que son de hecho bastante frecuentes en estos lares, rara vez nos topamos con los problemas que vemos manifestados en Watchmen, y esto es porque la novela gráfica de Moore no le hace asco al contenido filosófico en la idea de un humano omnipotente, que es lo que hace la mayoría de las representaciones de esta idea en la ficción. Por lo general, los conflictos psicológicos potencialmente inherentes a la relación entre una mente humana y una súbita destrucción de los límites físicos son dejados de lado, poniendo como premisa que el todopoderoso se limita al ejercicio de su potestad, más o menos caprichoso, a veces heroico, a veces risible, como si no hubiera pasado nada. La mayoría de las veces, se encara la omnipotencia con la misma profundidad con la que lo podemos hacernos nosotros si nos preguntan: “¿qué harías si tuvieras todos los poderes?” No hay nada de malo en este tratamiento de la cuestión, es simplemente una forma distinta de usar el recurso. Como dijimos, un autor no está obligado a agotar por completo el detalle de los cambios que hace en el mundo, o meterse con los problemas más oscuros que su universo conlleva, pero cuando lo hace, puede resultar en cosas muy interesantes, como es el caso que tratamos hoy.

Uno de los puntos que Moore toca es el debilitamiento de la experiencia del mundo, lo que acá llamamos una depreciación de la realidad. La primera vez que podemos identificar el signo de esa cuestión es en la frase con la que abrimos este apartado: la vida es una abstracción carente de valor real. El término “real” viene del griego “res”, que significa “cosa”. Por eso digo específicamente que la vida en sí misma no tiene valor real: porque no es una cosa tangible, sino un concepto; o, como dice mejor Manhattan, una abstracción incuantificable. (Obviamente podríamos decir que las ideas necesitan un fundamento real porque dependen del cerebro que las piensa, que es una cosa; pero eso es cerebrismo, y es otra discusión, también muy interesante, pero para otro día.) Como fuere, podemos ir más allá de esta primera aproximación, que es bastante obvia y no precisa que nos volvamos todopoderosos para alcanzarla: enfrentados a la inmortalidad, el primero en temblar es el concepto de la vida y la muerte. Después de todo, revivir fue el primer truco que aprendió Manhattan.

Sin embargo, en el arsenal de Manhattan hay más: la divinidad atómica puede transformar a gusto la materia y la energía. Esta es una capacidad fascinante que, una vez más, podríamos disfrutar por sí misma; pero que vista con más atención, tiene dos caras: por un lado, sí, el sujeto embebido en estas capacidades puede hacer virtualmente lo que quiera con el mundo. Pero surge la pregunta: ¿qué tanto valor tiene ese mundo, una vez que se convierte en capricho de su imaginación? O mejor: ¿qué tan distinto es ese mundo del mundo de la imaginación, que cualquiera de nosotros puede deformar arbitrariamente? La realidad se doblega a su voluntad y pierde todo sentido al hacerlo. Como el mundo imaginario, esta realidad de plastilina no puede tocar a Jon: no hay estímulo, no hay resistencia en los resortes del mundo que se amoldan al tamaño de su huésped azul. Esa es la otra cara de la moneda, la responsabilidad implicada en la deformación de la realidad es la pérdida de la noción misma de lo real. Si el mundo está subyugado por completo a la volatilidad de las intenciones de un hombre, ese mundo se vuelve inevitablemente volátil.

A lo que asistimos en este punto es a lo que podríamos llamar la descentración material del Dr. Manhattan. Este mismo fenómeno es más evidente (porque es más fácil de explicar) con respecto a su percepción del tiempo. Lo vamos a tocar más adelante, pero mencionemos que al estar temporalmente en todos lados, su presente se vuelve una constante despreocupada; relata los eventos de impacto en su propia vida con calma. Habla del pasado y del futuro como un constante acaecer, algo que sucede constantemente, que está condenado a ver, y cuando lo vemos así, tiene mucho de infierno el escenario. Como fuere, lo que sostenemos es que estar temporalmente en todos lados es incomprensible para la mente humana, y la realización de ese evento tiene efectos destructivos en la percepción de Jon de la realidad. Pero más sobre eso en un rato.

El padre de Jon Osterman se retiró de su carrera como relojero cuando se enteró que el tiempo es relativo, según decía un tal Alberto.

Luego, el Dr. Manhattan se entera de que el primer Nite Owl abandona su carrera como héroe porque él, Manhattan, le quitó sentido a su clase. Efectivamente, la aparición de un elemento superhumano tiene inevitablemente el peso para desvalorizar lo humano. Pero prestemos atención a esto: Manhattan no es solamente sobrehumano, es también sobrenatural, y siguiendo esta línea, la aparición de lo sobrenatural desvaloriza, deprecia la realidad, la convierte en una experiencia surrealista y debilita los pilares sobre los que reposa nuestra concepción del mundo. Ese basamento axiomático sobre el que fundamos nuestra noción de la realidad se vuelve etéreo y se cuestionan los acuerdos que hacemos respecto de lo que puede y no puede pasar en el mundo, porque lo que no podía pasar pasó: Manhattan está ahí, después de todo.

En este aspecto, aunque involuntariamente, todos somos agentes del orden. Por eso nos atraen tanto las discusiones acerca de lo sobrenatural, porque la admisión de un solo evento que exceda la naturaleza habilita implícitamente la de cualquier cosa imaginable. Si algo totalmente inexplicable aparece, innegable y verdadero en el medio de la realidad, entonces con la misma lógica antilógica podemos patear el tablero entero. Si dejamos que se deslice en nuestro modelo una sola aparición de lo sobrenatural, un único fenómeno que unifique lo inexplicable y lo innegable, derribamos completamente el suelo. La imposibilidad toda muere el día que sea posible cualquier cosa imposible.

Hay de hecho en la novela varias apariciones de esta rarificación o depreciación del mundo. La que recuerdo ahora es la de una escena navideña (~ p. 121) donde está con Janey, quien era su primera pareja y experimentó en primera persona la transición de Jon a Manhattan. La chica le manifiesta su alteración, le dice que tiene miedo, que todo se siente raro y, fundamentalmente: le dice que después del accidente no es sólo él quien cambió, sino que cambió todo.

Igual que la gravedad de un cuerpo produce una curvatura en el continuo espacio-tiempo, distorsionando el entorno, el hombre-Dios produce una distorsión en el continuo conciencia-mundo. Lo singular es que en Watchmen el centro de esa masa gravitacional, el Dr. Manhattan, tiene consciencia, así que no solamente nos da la novela lugar para ver al contexto deformado, para ver la reacción de los mortales, sino que nos permite asistir a los efectos, rara vez explorados, de ese grado de poder en una mente humana.

Para entender mejor esto último, veamos un fragmento de una cita de gran autoridad: Malcolm el de enmedio. En la temporada 4, capítulo 22, por motivos que no hacen al propósito de nuestro trabajo, Dewey le plantea a una docente su visión sobre la religión (ver en el video).

El planteo es brillante. No soy fanático de la serie, no la vi de punta a punta ni mucho menos, pero este clip por sí sólo eleva la imagen que tengo de ella.

Hay un texto célebre de Nietzsche, El Anticristo, en el cual se plantea este problema. Buena parte de este gran libro versa sobre lo que el autor, en su enérgico tono germano, denota como “la antinatural castración”. La remoción de todo lo malo en Dios lo inutiliza, dice Nietzsche: porque “¿qué importaría un Dios que no conociera la cólera, la venganza, la burla, la astucia, la violencia?” ¿De qué me sirve un Dios que no sabe lo que es la tentación? Y más aún, podemos cuestionar la virtud de ese Dios que es todo bueno, porque hacer es bien es al bueno lo que caer es a la lluvia: algo necesario, carente de esfuerzo y lucha, sin tensión alguna. ¡Así cualquiera!

Si tratamos, volviendo a nuestro tema, de aplicar esta idea a nuestro caso, de extrapolar el concepto a nuestro sujeto de análisis, vamos a encontrarnos con algo curioso: el Dr. Manhattan es, claramente, el Dios en términos de poder. Su impacto sobre la realidad es terminante, decide quién vive o muere como con las hormigas. Una de las frases más poderosas de la novela es la que le da a Ozymandias hacia el final de la historia: “el hombre más inteligente del mundo no me significa mayor peligro que la termita más inteligente”. Él sin duda tiene la lupa en esta relación. Pero a la vez está Jon detrás de eso; es decir, también está en él el hombre, que se pregunta por la importancia que debería tener para Dios el destino de las personas. En su interior podemos imaginar la lucha de las dos posturas: la divinidad, subestimando todo lo humano, y la humana, reclamándole a la deidad que le resuelva sus problemas. A lo largo de la historia vemos esta dinámica, y podríamos decir que ultimadamente la parte humana gana la discusión, porque Jon termina volviendo de su exilio en Marte para salvar a la especie.

Cuestión que esta conjunción, la convivencia del hombre y el Dios en el mismo personaje, implica dos instancias de la depreciación: la particular y la general. Por un lado, Manhattan es destructivo para Osterman como sujeto, como centro de su vida, porque su individualidad es desperdigada en el tiempo y todos sus motivos humanos son trivializados por la inmortalidad. Es decir: su vida, en términos humanos, pierde sentido. Pero a la vez el Dr. es destructivo para todo lo humano, para la especie en suma y para la realidad que lo rodea. Por efecto de la misma fuerza, presentado ante la complejidad material, la majestuosa complejidad molecular del universo que lo rodea, los asuntos vivos le parecen banales, irrelevantes en vistas de la perspectiva ampliada que ahora ve. Y así lo vemos decirle a Laurie que la vida, no sólo aquello que fuera su propia vida, sino toda la vida, es un fenómeno sobrevalorado.

Con Einstein, se relativizó el tiempo, quitándole sentido al relojero; con Manhattan, se relativizó la vida, quitándole sentido a la realidad misma. Moore explora esta metáfora: en el capítulo cuarto de Watchmen, que se dedica enteramente a este personaje, que es un capítulo maravilloso, laberíntico y surrealista, aparece la frase: un reloj sin relojero, medita desde Marte el Dr.

Que un personaje es titulado por muchos como la realización de Dios diga esto es fenomenal, porque no hace otra cosa que echar por tierra al argumento del diseño inteligente, que se suele usar para justificar la inteligencia de Dios (ya le dedicaremos su videito). La cita, además, puede usarse para entender que cuando el tiempo es derribado como pilar firme, cuando su universalidad es destruida, el relojero pierde sentido. Qué sentido tiene que un reloj esté en hora, si la hora está sujeta al contexto. Así también, cuando el andamiaje de la realidad, el fierro sólido de la dicotomía vida/muerte y el estado inevitable de las cosas pierde su fortaleza, el Dr. Manhattan debe abandonar el mundo. La historia es de trágica y bellísima simetría: allá donde Jon Osterman fue a trabajar sobre bases firmes, tembló el suelo y tuvo que renunciar. Esta característica del personaje se explora más a fondo en Before Watchmen, pero incluso en la novela original se hace el dibujo del personaje como estructurado y riguroso, por lo que tenemos una caracterización que apunta a nutrirse más del componente disruptivo de la desvalorización de la realidad. Es decir, no le pasa a cualquiera: le pasa justamente a una persona para la cual la pérdida de estabilidad es difícil de paliar.

Pasemos al siguiente punto: la descentración temporal.

Descentración temporal: responsabilidad y sinsentido.

Uno de los aspectos más misteriosos del Dr. Manhattan es su percepción del tiempo. A lo largo de la novela vemos varios anticipos de lo que pareciera una omnipresencia temporal. Sin embargo, es en el cuarto capítulo de la historia que tenemos una exploración honda de los efectos que este fenómeno tienen para su interioridad. La forma en que Manhattan ve el tiempo es difícil de aprehender. En su mente, todos los eventos de su historia personal, pasada y futura, están ahí al mismo tiempo, a disposición de su conciencia, siendo experimentados permanentemente. En rigor, lo que hay acá es la introducción de una cuarta dimensión, que es en sí misma una idea difícil de entender y presumiblemente imposible de experimentar para nuestra mente. Como nos es presentada, su existencia en el tiempo es semejante a un perfeccionamiento de la memoria común que todos tenemos. Imaginá que podés recordar exactamente cada evento de tu vida, cada sensación, replicarlo tal cual fue, de comienzo a fin. Ese mismo poder mnemónico puede ser aplicado hacia el futuro en Jon. El detalle problemático es que esto “sucede” sin suceder, porque se da simultáneamente. No es que las cosas pasan y él las va descubriendo como vos y yo, sino que están en perpetuo acaecer. Y este punto nos puede llevar a una discusión sobre qué tanta libertad tiene realmente el Dr., siendo que ve constantemente todos los eventos de su vida, ya consumados aunque nunca se consuman en verdad: él los puede ver suceder constantemente, son como un flujo inagotable, un fuego que calienta y nunca se extingue. Es una pregunta que se aborda varias veces en la novela, se le cuestiona el hecho de que, sabiendo el porvenir, no intenta cambiarlo, pero él argumenta que no para él no es porvenir, es una certeza. En ese aspecto, es como que alguien te reclame que sabiendo el pasado, pudiendo recuperar con la memoria hechos ya ocurridos, no intentes cambiarlos. La pregunta es banal: ya están consumados. Vos los podés ver, rememorar, recapitular, pero su devenir ya está dado. Este es un debate en el que no vamos a entrar acá, pero te la dejo picando, y si te interesa discutirlo me avisás y lo vemos, en comentarios o en algún stream (ejem).

Descentración y sinsentido.

Hay una mezcla de melancólica fatalidad y encurioseada simultaneidad encerrada en el relato que presenciamos en el cuarto capítulo. La omnipresencia temporal del repentino marciano lo lleva de acá para allá, aunque eso es sólo una ilusión perpetrada por nuestra sujeción a la temporalidad sucesiva. Porque la historia nos tiene que ser presentada en forma secuencial, es una deferencia, un mimo para nosotros; pero para el Dr., todos esos momentos son el centro: no hay antes o después como en el espacio exterior no hay arriba ni abajo, por no haber punto de referencia. Como de los animales dijera Jorge Luis Borges, Manhattan existe en una constante actualidad, como estirado sobre toda su línea de tiempo. Una vez más, la psiquis humana no parece preparada para tolerar esta destrucción del tiempo: la mente no sale indemne de esta subversión de la categoría intrínseca del tiempo, que Immanuel Kant pondría, junto al espacio, en el lugar de privilegio de ser determinante para nuestra experiencia posible de la realidad, porque todo lo que vos y yo pensemos está situado en el espacio y en el tiempo. Siempre vas a poder mirarlo desde arriba o desde ayer. Pero en el Doc no hay nada de eso. Me duele la cabeza cada vez que intento ponerme en su lugar.

A Manhattan, por su parte, en uno de los aspectos en los que lo vemos más afectado es en la calmosa, casi deprimente forma en que recorre los eventos de su vida pasada y futura. Creo que Jon pierde un componente elemental en la relación del hombre con el mundo: la incertidumbre. Incapaz de ser sorprendido por su propia historia, el Dr. Manhattan es dejado ante la línea de tiempo entera de su vida. La respuesta natural es dejar de actuar, convertirse en un espectador pasivo de los eventos de su propia existencia, a la que recorre del derecho y el revés como a un libro terminado. Esta sensación es agravada por la inmortalidad y la capacidad de desdoblar el mundo material, como vimos en el apartado previo. Para Jon no tiene sentido correr, porque puede aparecer en cualquier lugar; no tiene sentido temer, porque nada puede dañarlo. No tiene sentido hacerse expectativas, porque todo lo que le pasó y le va a pasar le es evidente y claro, ya está dado en un perpetuo ahora a disposición de su conocimiento. Solamente resta una taciturna observación de la fatalidad existencial que se le presenta. Esta desambiguación de su sentido del tiempo corroe la personalidad del Osterman, cuyo lazo con el mundo humano se debilita con el pasar del tiempo… aunque hablar de pasar del tiempo es cuasi irónico en esta sección.

Responsabilidad.

Otra nota fuerte en esta postulación del tiempo es la responsabilidad: el Dr. Manhattan es capaz de ver simultáneamente todos los eventos de su vida. Esa ponderación constante de todo inhabilita la causalidad, el concepto de causa y efecto, porque sin un antes o un después se destroza la precedencia necesaria para construir cualquier forma de consecuencia, y con esta inhibición cae también la responsabilidad. Pensémoslo un poco: si no hay algo que vino antes y algo después, es difícil asegurar que una cosa ocasionó la otra. Podemos ensayar una linealidad lógica entre los eventos, pero sin el sedimento fundante de la sucesión, resulta artificioso asegurar que hay algo realmente causal. Si miramos cualquier evento de adelante hacia atrás y viceversa nos vamos a topar con este problema. Esta púa se cayó porque la solté… pero si lo invertimos temporalmente, podemos decir que la solté porque se cayó. Y si nos encontramos en la situación del Doc, donde la idea de un antes y un después, no podemos decir que sea lo uno o lo otro. No hay razones fuertes para volcarnos en una u otra dirección.

Por otro lado, el detalle, la precisión con la que Jon puede ver todos los eventos de su vida lo pone ante el cuestionamiento de la relevancia de los sucesos. Cuando nosotros experimentamos el mundo, no todo lo que nos pasa es equivalente. Al experimentar y procesar la realidad, hacemos una mitología, construimos un relato que valora, emotiva o racionalmente, las cosas que pasaron, y esa asignación de valores nos permite constituir relaciones lógicas. No recordás con el mismo detalle la ducha random que te diste hace un año que la vez que no llegabas al baño y le pediste por favor a la maestra que te dejara salir y te preguntó “¿es urgente?”, que es la pregunta más forra que hay, porque si te estoy pidiendo obviamente es urgente, pero querés que te lo diga para que todos sepan que me estoy RE CAGANDO, VIEJA PUTA… Me contaron.

Como sea, somos incapaces del detalle absoluto, y enhorabuena, andar recordando todo debe ser una de las formas del Infierno. Ah, por cierto, hay un relato de Borges, Funes el Memorioso, que toca este tema. Sí, cito a Borges a cada rato; para mí el “como en un texto de Borges” es casi como el “como en un capítulo de Los Simpsons”. En fin, si en la mesa familiar parpadeamos, luego se cae un vaso y acto seguido vemos a una persona alterada, tratando de que no se mojen las cosas, tiene total sentido que hagamos una conexión entre la caída del vaso y la alteración, en lugar de entre el parpadeo y la alteración. De hecho, parpadear probablemente es algo que daríamos por sentado tácitamente, y cuando alguien nos preguntase por qué está alterada mamá, no se nos ocurriría decir: “bueno, yo parpadeé, se cayó el vaso y a ella se le mojó el celular”. La sola mención del hecho evidente de que uno parpadeó es risible, “¿qué sos, Matilda?”, nos podrían responder, porque es totalmente natural que cuando uno da cuenta de un fenómeno, resalte los hechos que son importantes para el centro del relato; entonces parece que estamos insinuando una causalidad entre el parpadeo y la caída del vaso.

Pero para el Dr. Manhattan, todos los eventos de su vida, si bien tuvieron mayor o menor impacto para él como individuo, ahora (aunque decir “ahora” es medio un contrasentido) aparecen totalmente aplanados, porque es capaz de recordarlos al detalle, sin el descarte y el filtrado que haría su cerebro humano. Entonces podemos entender por qué se pregunta quién es responsable, cuál es el evento primal, quién da el puntapié inicial en su historia. Y es una pregunta que nos podemos hacer todos. El ejemplo más fácil es el genealógico: si te pregunto cuál es la causa de tu vida, tenés que retroceder a tus padres, y de ellos a sus padres, y así sucesivamente. Lo terrible es que el retroceso lleva a la incertidumbre, porque a medida que trepamos en la historia de nuestras causas, el relato se vuelve más hipotético, hay más que adivinamos o que nos contaron, y menos detalle. La información de que disponemos disminuye a medida que retrocedemos. Ultimadamente, si seguimos retrocediendo, todos deberíamos llegar al punto inicial del mundo, que es totalmente desconocido, y es un gran problema. A menos, claro, que tengas la comodidad de una teología. Pero si vamos a recurrir a Dios para explicar, para qué complicarnos la vida trepando tanto: para el creyente no tiene sentido hacerse estas preguntas, porque la cita de autoridad divina le resuelve la cuestión de un plumazo.

Cuando Jon se quedó atrapado en la cápsula del experimento, fue porque se olvidó un reloj en ella. Reloj que pertenecía a su primera pareja, Janey, y él lo tenía porque se lo había reparado después de que alguien lo piso en durante una salida con la chica. Haciendo su recapitulación ante el problema de la causalidad, Manhattan se pregunta entonces quién fue el primero, el causal absoluto: ¿el hombre que pisó el reloj de Janey, su padre, el relojero retirado intempestivamente, que le eligió la carrera de físico? ¿Einstein -podríamos seguir-, por postular la relatividad del tiempo y hacer que su padre rechace la profesión de su vida? ¿Janey por comprarle esa cerveza cuando se conocieron? Cuestionando su origen, incapaz de encontrar el centro mientras construye o es construido por una imponente estructura marciana, una pieza de relojería ominosa que se eleva sobre la arena rosada, el Dr. Manhattan pregunta: ¿quién hace el mundo? Esta es la pregunta última a la que nos debería llevar la indagación de cualquier origen, como ejemplificamos hace un momento con la cuestión de la genealogía. Todos los caminos llevan a esa Roma primal; en todas nuestras historias reside el germen del pecado cósmico original, el ignoto, misterioso y abrumador inicio de todo. Tal vez el mundo no es hecho, recita mientras admira la brillante y cristalina estructura, reflejando los rayos de sol de hace diez minutos. Los rayos de hace dos horas son simultáneos, atrozmente y esto no es ficción: los rayos de hace dos horas están apenas llegando a Plutón, dice el Dr.; y desde Plutón, si cuentan con un telescopio suficientemente potente, podrán verlo a él, a la foto en la arena rosa junto a sus pies mientras contempla el reflejo de una luz solar de hace diez minutos rebotar anacrónicamente contra el cristal actual de una estructura que hace diez minutos, cuando esa luz nacía en el distante Helio, no existía aún. Por encima de las montañas del nudo gordiano, los primeros meteoritos, joyas de un mecanismo sin hacedor, comienzan a caer.

Al final del capítulo aparece una frase Einstein, que asiste al punto inicial de este ensayo. Jon Osterman es el hombre y el Dr. Manhattan es la energía nuclear. El encontronazo de estas dos abstracciones en un solo individuo es lo que Moore explora:

“La liberación de la energía atómica ha cambiado todo excepto nuestra forma de pensar. La solución a este problema reside en el corazón de la humanidad. De haber sabido, me habría hecho relojero.” La ironía poderosísima de que sea el olvido de un reloj, el aparato que Einstein vació de sentido indirectamente, lo que hace que Osterman se quede encerrado en la habitación, es formidable.

Hasta acá mi modesto comentario. Si llegaste a esta altura, te agradezco por mirar o escuchar. Si te interesa hablar este y otros temas, te invito a pasar por mi canal de Twitch o YouTube.

Bueno chau.

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